sábado, 6 de octubre de 2012

Reflexiones en torno al artículo de Xavier Ribas sobre la “Perfecta distracción”

Según Xavier Ribas, parece ser que en la actualidad “vivimos en la sociedad del ocio, pero no del ocio como descanso, sino del “ocio activo” que, según las industrias del sector, es el complemento ideal del trabajo.” El hombre ha cambiado en las últimas décadas y sus estilos de vida no pueden compararse con los de otros tiempos. Gustavo Adolfo Bécquer decía que el estado habitual de los dioses era el de la pereza, el dejarse llevar por el no hacer nada. A esto podríamos llamarle según describe el poeta como “ocio pasivo”. Sin embargo, las connotaciones que tenía el estilo de vida romántico no tienen nada que ver con el de la actualidad. Desde el punto de vista productivo, la pereza es hoy día antieconómica. Cualquier domingo en cualquier ciudad, la gente convierte los espacios residuales, es decir los espacios que quedan entre autopistas y bloques de viviendas, en lugares donde practican sus actividades de ocio. ¿Pero hay que estar activo mientras el ser humano debe descansar? ¿Quién o que sistema nos obliga a ello? A partir de la década de los sesenta de la pasada centuria, las comunicaciones entre los diversos barrios de la ciudad gracias al metro, convirtieron todos los sectores urbanos, ya fueran céntricos o periféricos, en barrios céntricos por haberse acortado las distancias. Estos arrabales, con la llegada de la urbanización de sus calles y plazas, perdieron el atractivo de los espacios residuales que estaban entre las casas. Espacios naturales, familiares, que estimulaban la convivencia entre vecinos. Según refiere Rivas, Lewis Baltz decía que “los reductos más salvajes del mundo occidental se encuentran en la periferia de las grandes ciudades”. Son los espacios marginales que se encuentran en los límites de lo urbanizado los que donde más podemos experimentar la ausencia de orden y de las leyes sociales que lo regulan. Esta tendencia actual a recuperar la concepción clásica del regreso a la naturaleza, con todo lo que lleva al hombre a tomar actitudes libertarias sin orden ni control, comporta tanto al hombre como a la mujer, el rescate del paraíso perdido del amor y del regocijo. Los espacios marginales de las periferias de las ciudades, que escapan de la estrictez del centro urbano, por su idiosincrática futilidad, son los únicos lugares donde se puede pasear, leer o convivir al aire libre. Son los únicos lugares donde se puede aún recuperar la añorada pereza. El hombre huye de la cárcel en la que se ha convertido la ciudad. Y recurre, en un acto de suprema desesperación e impotencia, a ocupar (¿invadir?) estos espacios que aún quedan libres y tutelados por la naturaleza.

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